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Vera cruz - Nº 4 CUARESMA 2018
SALUDA DEL PÁRROCO
Se oscurece la tarde, la noche se enfría, suenan las campanas que nos convocan al encuentro con
Cristo que inicia su andadura camino del calvario. Nos pide mientras vamos de camino: «Convertíos
y creed en el Evangelio» y con esta fórmula litúrgica, nos mira a los ojos y nos pregunta si seguimos
dispuestos a querer conocer dónde vivía, si estamos dispuestos a ser como él, a aceptar su proyecto
de salvación, gastando nuestras existencias en el servicio de los demás.
Cuatro semanas intensas se abren por delante para compartir y aprender del que es capaz de dar su
vida por nosotros. El camino es largo, es difícil, nos preparamos para ser testigos de su amor, para
dar como él testimonio de la presencia del reino de Dios entre nosotros. Es Jesús, este que está
clavado en la cruz quien nos llama y nos invita a seguirlo, a cargar con nuestras cruces, a renegar de
una semana santa sin resurrección, a sanar los corazones rotos de todos aquellos que se agolpan en
nuestras calles y esquinas buscando encontrarse con él.
El cuerpo es débil, pero nos dice que llenemos nuestras vidas de oración, ayuno y actos de caridad,
que no podemos levantarlo de nuestros pasos y procesionar con Él si a diario le traicionamos
rechazándole en los pobres, aparentando vivir la soledad, como su Madre, mientras nos aferramos a
nuestro orgullo, clavándole en la cruz y desoyendo su voz.
Que no se nos agoten las fuerzas, para seguir este largo camino hacia la Gloria. Mirad a su Madre que
le sigue. Ella vive en la soledad de perder a su Hijo, de perder al Salvador. Pero del mismo modo que
llora también se consagra y recibe de Él el encargo de ser Madre de todos.
Crucificado, su vida entrega, nadie se la quita, muriendo vence al maligno. Y hoy, en este tiempo que
te preparas para revivir el gran misterio, te pide, nos pide que también desde tu hermandad, desde tu
parroquia, desde tu pueblo y barrio, seas entrega que se hace don, al servicio de los demás, que gastes
tu vida como Él la está gastando por ti. Entrégate a Él, haz que su muerte, se convierta en vida en ti.
Pasan los minutos, la noche se enfría, los niños de pequeños soldados se adelantan y, María que se ha
convertido en tu Madre, te acompaña y aunque agotada, llena de dolor, de tristeza, de angustia y de
sufrimiento porque su corazón de Madre se ha quebrantado, al ver morir a su hijo, te acaricia y te
recuerda sus palabras: conviértete, acepta el Evangelio, haz que tu vida sea don, sea pan partido
para la humanidad. No sigas viviendo excluido, abandonado y solo. Porque su sangre, sus
sufrimientos, su cruz, es el precio de tu libertad, de tu sueño de vida.
Aunque no entiendas por qué las cosas te van mal, si Él murió por ti y, crees firmemente que Dios,
guardando silencio, te está dando la espalda, haz que su muerte por la humanidad viva eternamente
en ti.
Por eso te pido en este tiempo en el que se hace realidad el gran misterio, que contemples a su Madre,
que vive esa soledad, herida y triste y que, desde el silencio, ni siquiera se queja, de que no la dejen
limpiarle a su Hijo la cara bañada en sangre y sudor, pero que confía en el Dios de la vida y espera y
aguarda el gran día de la resurrección. Ella llora, medita, ora y vive el mayor gesto caritativo, al ver
a su Hijo convertirse en el cordero de Dios.
Ella acompaña a su Hijo en la soledad, soledad que se alimenta de un silencio ensordecedor, al ver la
boca de su hijo cerrada y sufriente. Sí, ella, en la noche oscura y fría de las calles de tu pueblo de tu
ciudad sigue a su hijo cargado con el peso de la humanidad. Soledad que siente al contemplarlo
clavado en la cruz. Y te susurra al oído, conviértete y cree en el evangelio vivo que es su Hijo que
entrega su vida por ti.
Feliz semana Santa y, más aún, feliz domingo de Resurrección a todos.
Patricio Nzang Esono Andeme, CM
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